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5 de abril de 2012

EL CINE MARVI. Crónica de una muerte anunciada. (Anexo pagina 291)


Ya hace algunos años escribí acerca del cine Marvi de la calle Cartagena, una sencilla sala de barrio con cerca de 2000 localidades que funcionó con regularidad desde 1959 hasta casi finales de los 80. Hace unas semanas Patricia Gosálvez periodista de El Pais, publicó un interesante articulo en la edición dominical, en el suplemento de Madrid que se titulaba “El The End de los cines de barrio”. Yo participé en este artículo, ella quería profundizar acerca de las antiguas salas de barrio que tan buenos ratos nos habían hecho pasar, y se interesaba especialmente en el antiguo cine Marvi, convertido en bingo, y hoy cerrado. Indagó y dio con sus propietarios y consiguió entrevistar a don Ricardo Glave, yerno de uno de sus fundadores. La familia lo tiene actualmente en venta, evidentemente para su demolición y conversión en viviendas. Yo aprovechando la ocasión contacté también con los propietarios y no dudaron en abrirme sus puertas para mostraros a todos vosotros lo que queda del magnífico cine Marvi.


El cine Marvi poco después de su inauguración.

Don Ricardo Galve, hombre trabajador y de grandes conocimientos, hoy en día ya jubilado, no tuvo ningún pudor en mostrarnos los entresijos de lo que había sido uno de los grandes cines del la zona de Diego de León, evidentemente competían con el gran Victoria, un local no muy lejano pero que no le hacía sombra, “había clientes para todos” nos contaba el señor Galve. De hecho en la misma calle de Cartagena, muy próximo a este, había otro local, el Bahía, una pequeña sala que también tenía su clientela. Cuando el cine Marvi abrió sus puertas en el año 1959 programaba películas de primer reestreno, es decir, aquellas que habían sido proyectadas durante largo tiempo en locales punteros como los de la Gran Vía y que pasaban a estas salas a un precio más reducido, pero abarrotando de igual forma a cantidad de espectadores que esperaban ansiosos ver o rever la película.


Vestíbulo del antiguo cine Marvi, hoy en día irreconocible.

Hoy el vestíbulo tan moderno en aquellos tiempos se había dividido, parece ser que en una reforma realizada en su época cinematográfica concediéndole más espacio al patio de butacas y retranqueando su pared trasera, la de entrada de los espectadores, unos metros, dejando el vestíbulo un poco más pequeño. En la imagen superior vemos el original vestíbulo, pues tras la reforma se suprimió la parte que ocupaban los sofás, dejando su entrada no como era originalmente por medio de dos puertas laterales, sino por un gran hueco central desde donde se dividían los pasillos para distribución de las localidades. Cuando los arquitectos de este edificio planearon su desalojo, lo realizaron muy concienzudamente, dando salida a los espectadores del patio por su puerta central y a los de los pisos superiores por las laterales, evitando de este modo aglomeraciones. Cuando se reformó para bingo, sobraba todo lo de arriba, de tal forma que se utilizó única y exclusivamente la puerta central, marginando y excluyendo las escaleras que subían a la planta superior y dejándolas únicamente para servicio del bingo. Ese retranqueo que vemos en la imagen superior donde esta la papelera, pasó a ser un aseo para minusválidos, el otro hueco, simétrico a este, la recepción de clientes del bingo, condenando por completo los huecos de acceso al piso superior, dejando únicamente una pequeña puertecilla en el lateral izquierdo. Se creó un falso techo sobre este nuevo vestíbulo y se modificó su suelo, creando incluso una rampa para sillas de ruedas. Las paredes se forraron con conglomerados de madera y se creó un espacio mucho más pequeño y confortable.


El actual vestíbulo del cine Marvi, hoy completamente abandonado.

Traspasando esas dos puertas que durante los últimos años dieron paso también al patio de butacas, se accedía a un espacio, en la actualidad diáfano y desvencijado. En él no quedaba más rastro del antiguo cine que su forma, y la disposición en el suelo de unos pasillitos de baldosas que dejaban grandes islas de moqueta verde. “Donde esta la moqueta antes había madera, y sobre ellas iban instaladas las butacas” nos confirmaba el señor Galve. Efectivamente, habían aprovechado el entarimado de madera para instalar una moqueta y separar de esta forma los grupos de mesas, al fondo  donde  estuvo la pantalla, hoy no había más que un pequeño escenario donde se supone se cantaba la partida. Todo estaba desmantelado, había una cosa muy curiosa, el falso techo que se había realizado para separar el bingo del resto del edificio se había en parte desmontado, y al hablar se podía notar la perfecta acústica del local, no hacía falta hablar muy alto, el sonido se repartía uniforme y limpio. Los arquitectos pusieron mucha atención en este aspecto, forrando para tal fin, todas las paredes con paneles de madera y telas.



Dos aspectos de lo que queda del antiguo patio de butacas.

Junto a la gran puerta de entrada al patio y bajo el tiro de escalera izquierdo se encontraba un pasillo, el cual nacía en sus orígenes en el vestíbulo, pero que ahora quedaba dentro de la sala, desde él, se accedía a un cuarto que debió ser un pequeño despacho y que originalmente eran las taquillas. Al fondo una escalera nos sumergía a las profundidades del sótano donde estaban los aseos para caballeros y señoras, hoy completamente remozados, junto a estos una misteriosa puerta, (tener en cuenta que no había luz eléctrica y estábamos ya en el primer sótano) tras ella unas escaleras con barandilla de hierro y peldaños muy empinados que descendían aún un piso más abajo. Esto era el cuarto de climatización y calderas, nos dijo el señor Galve. Yo personalmente no pude remediar el exclamar. ¡Dios mió, si esto parecen las calderas del Titanic!!!

   
El cuarto de máquinas del cine Marvi.

Aquello era colosal, había dos grandes tambores de más de un metro de altura que al parecer servían para remover el aire del interior de la sala, y digo remover porque el curioso sistema de “CLIMA ARTIFICIAL” no era mucho más que eso, hacían correr el aire desde el exterior al interior renovándolo y a su vez filtrándolo, haciéndole pasar por un gran compartimento en el que a modo de filtro había colocado un panal de ladrillos absorbentes que eran regados continuamente para refrescarlos, consiguiendo de esa forma y al pasar el aire a través de ellos un ligero descenso de la temperatura. Al igual ocurría en caso opuesto, si se rociaban con agua caliente el aire se calentaba, un curioso sistema que al parecer se instauró en la mayoría de locales de espectáculos de la época. Al fondo de el estrecho pasillo donde estaba construido el clima artificial, había más escaleras que aún ahondaban en el piso hasta dos metros más abajo donde se hallaba la hoy completamente oxidada caldera de calefacción a carbón.  En un compartimiento anexo se almacenaba el bien combustible, parecía como si el tiempo se hubiera detenido hace ya muchos años en este lugar. “Esto no se usa desde hace ya muchísimos años, el bingo instaló otro modernísimo sistema de refrigeración que no tiene nada que ver con este” nos comentaba el señor Galve, “Si, cuando entrabas se notaba fresquito pero como era un aire muy húmedo al rato te ponías a sudar como un pollo” continuaba diciéndonos. En el extremo opuesto a la caldera, otra puertecilla, daba acceso a un habitáculo donde olía fuertemente a gasolina, “Este era el generador eléctrico a gasóleo, en los años 50 y 60 todavía eran frecuentes los cortes del suministro, y nosotros no podíamos prescindir de la electricidad.” “Con este generador se podría alumbrar prácticamente toda la manzana, se compró de segunda-mano a una mina Asturiana.” Como pudimos comprobar los edificios debían de estar dotados de los más modernos sistemas al servicio de sus clientes, y desde   luego el cine Marvi, los tenía todos”


Don Ricardo Galve, junto al electrogenerador en las catacumbas del cine Marvi.

Además de este electro-generador contaba el cine con una pila de varias decenas de baterías que se recargaban continuamente y que se encontraban junto a la cabina de proyección, eran muy necesarias para alimentar el suministro en caso de que este faltase y aunque durasen poco tiempo era más que suficiente para arrancar el generador.

Volvimos nuevamente hasta el vestíbulo, desde allí, traspasamos una pequeña puerta que servía para acceder a uno de los tiros de escalera del antiguo vestíbulo. Ahora sí, ya estábamos dentro del cine Marvi, estaba todo idéntico, los peldaños, las barandillas, e incluso aquellas esculturas que habían realizado los arquitectos soldando tubos viejos y tornillos de desecho. Ascendimos hasta el entresuelo, donde de igual forma que expresaba yo en mi anterior artículo, se encontraba el ambigú y el bar. Este se había desmontado y en su lugar se habían construido unos almacenes subdividiendo el espacio. A ambos lados de este los dos huecos de entrada al entresuelo de preferencia, uno de ellos se hallaba tapiado, también lo usaron como almacén.


Escultura realizada por los propios arquitectos que era a su vez una lámpara en una de las paredes de las escaleras de acceso al entresuelo.


Aspecto de una de las escaleras que subían al vestíbulo del entresuelo y uno de los pasillos de acceso al graderío de preferencia.

A ambos lados de las escaleras se encontraban otros dos cuartos antiguamente destinados a despacho de dirección y almacén, hoy en día completamente desorganizados y revueltos, al parecer se usaron como despacho y contaduría del bingo. Mi mayor obsesión era saber qué quedaba realmente en el interior del local, qué es lo que había del antiguo graderío de entresuelo, así que me adentre por uno de aquellos pasillos laterales y tras subir unos peldaños llegue hasta allí. Todo estaba estático, al mover la linterna, única fuente de luz en las tripas de aquel gran monstruo, pude contemplar con asombro como las últimas, trece, catorce o quince últimas filas de butacas del gallinero, seguían allí, pero me separaba un murete que en  su tiempo diferenció a las localidades de entrada general de las de preferencia. Así que salí rápidamente y le dije al señor Galve, quiero subir un piso más! Ni siquiera reparé a hacer una fotografía.


Aquella enorme cristalera que daba a la calle de Cartagena y desde donde en otro tiempo se veía a los transeúntes, se había forrado de un plástico verdoso que dejaba pasar tenuemente la luz del sol y confería al tétrico espacio un tono muy futurista, al subir las escaleras llegamos hasta el último vestíbulo, éste de doble altura. El espacio estaba abarrotado de antiguos butacones que fueron del bingo y que hoy se almacenaban sin ningún valor. A ambos lados de las escaleras se encontraban los aseos, masculinos y femeninos, y frente al de caballeros una pequeña puerta “Por aquí se subía hasta la cabina, ¿la quieren ver?” yo le contesté, sí por supuesto, pero antes quiero entrar en el gallinero.


Aspecto que presenta el último vestíbulo hoy plagado de antiguos butacones.


Entrada al gallinero desde el vestíbulo de la planta tercera.

Él se quedó hablando con mi hermano en el vestíbulo, parecía que querían que entrara yo solo y disfrutara de lo que tanto tiempo llevaba esperando ver. Por que aunque parezca mentira, este es el primer cine muerto que recorría. Subí rápidamente penetrando en la oscuridad y llegué hasta el descansillo. Allí estaba lo que yo quería ver !!!! Movía lentamente la linterna, el polvo flotaba en el ambiente, ¿quizás buscaba aún a algún espectador sentado en aquellas butacas que en otro tiempo fueron azules y que llevaban plegadas más de 30 años? Las paredes conservaban la madera con la que fueron revestidas. En ese momento me sentí realizado, ya lo podían derribar !!!!


Aspecto actual de la “fila de los mancos” del cine Marvi, obsérvese el suelo en pendiente de tarima de madera.

Al volverme y mirar al frente me quedé aún más boquiabierto, el techo estaba intacto, incluso la parte superior de la embocadura que representaba un rollo de película extendido, estaba aún. “El telón se descolgó y sirvió para hacer todas las cortinas de un colegio en Zaragoza” me había dicho el señor Galvez minutos antes. El techo conservaba la ondulación que los arquitectos le habían  conferido, y sin dudas era una magnífica forma no solo de engalanar un moderno local, sino de darle una perfecta resonancia. No dudé en alzar la voz para comprobarlo.

 
Parte del techo del cine Marvi visto desde el patio de butacas en los años 50.


Parte del techo del cine Marvi en la actualidad.


Una imagen tomada desde la última fila del gallinero. Al fondo se ve lo que antiguamente  fue el hueco al patio de butacas hoy repleto de hierros que sujetan el techo del bingo.

Todo el entresuelo estaba recorrido por un inmenso tubo que nacía de uno de los huecos de proyección y descendía hasta el bingo, “Lo instalaron para la ventilación de la sala de abajo” me dijo su propietario cuando le pregunté por él. Lo habían colocado simplemente apoyado sobre las butacas, total, nadie lo iba a ir a tocar.

Volví donde estaban los demás, ahora sí que quiero ver la cabina, volvimos hasta la puertecilla y el señor Galve se afanó en abrirla. Estaba muy oscuro y se oía ruido arriba, una estrechísima escalera de cemento con una simple barandilla de hierro subía sinuosa en dos tramos hasta otra puerta, el recorrido estaba regado de pedazos de cinta cinematográfica como si la hubieran perdido en una huida violenta, olía fuerte como a… palomas!!! Comenzaron a revolotear sin control al abrir la portezuela, había muchísimas, pero al menos había mucha luz. La cabina de proyección que se asentaba sobre el vestíbulo más alto y volaba sobre la fachada principal, era un espacio grande, dividido en varias áreas. En un primer espacio que estaba completamente alicatado en color blanco, era donde se preparaban las películas, “aquí se rebobinaban las películas a mano dándole a una manivela””Trabajaban cuatro personas en este lugar, un jefe de cabina, dos operadores, y un correturnos por si faltaba alguno de los otros” Era algo espectacular, pensar que cuatro personas tuvieran que controlar eso, cuando en la actualidad un par de operadores controlan 12 minisalas. La habitación estaba plagada de trastos aderezados con cagaditas de palomas y plumas, un verdadero desastre, en un rincón había un cuartucho y un mueble, seguramente donde se guardaban los rollos para evitar que se deterioraran; sobre este cuarto, un depósito para agua, “era para caso de incendio, sobre los proyectores había unas duchas por si ardía la película.” Seguramente también diera servicio a una cortina de agua sobre el telón algo muy habitual en estos locales.
    

Dos aspectos de lo que quedaba del cuarto del proyeccionista y la cabina de proyección hoy invadidas por las palomas.

Los proyectores se los vendieron aún a tiempo a alguien para un cine de verano, allí no quedaba ni rastro de nada, tan solo había trastos y palomas, lo que aún se conservaba eran todos los cuadros de control de alumbrado y cabina, aquellos con los antidiluvianos y para nada seguros interruptores de guillotina que recordaban al laboratorio del doctor Frankesteim. En lo más alto había una puertezuela que según nos afirmó el señor Galve conducía a una pasarela sobre el techo del patio para servicio de iluminación y verificación de daños en tejado de Uralita.


   
Uno de los cuadros de control y la angosta escalera que conducía hasta la cabina de proyección.

Al bajar nuevamente al vestíbulo de la planta superior nos percatamos de una puerta bajo la rampa del gallinero que escondía en su interior recuerdos de aquel antiguo cine tan olvidado. Al iluminar con la linterna, lo primero que vimos fue un cartelón que decía, HOY RIGUROSO PRIMER REESTRENO.
También estaban los centenares de bombillas alineadas sobre una estrecha tabla que se colocaban alrededor de los cartelones y que atraían las miradas de los viandantes. Facturas, papeles y mucho, mucho polvo. Allí escondida estaba una de las vigas de celosía que sujetaba gran parte del gallinero, porque este edificio había sido construido en gran parte con estructura metálica, ya que la familia Arranz propietaria del local contaba con unos talleres de forja que realizaron nada más y nada menos que parte del encofrado para el maestro Pedro Muguruza en su obra el Valle de Los Caídos. “Luego cambiamos toda la estructura de madera del tejado del Escorial por otra metálica, eso nos llevó varios años, trabajábamos solo cinco meses al año”, “primero construíamos y montábamos las estructuras aquí en Madrid y luego las desmontábamos y las volvíamos a montar en el Escorial” decía orgulloso el señor Galve.


La cercha metálica que sujetaba el gallinero vista desde un cuarto de almacenaje.

Bajamos hasta la planta calle, y cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo, dijo su propietario, ahora vamos a ver la sala de fiestas. El Cisne Negro fue la sala adjunta al cine Marvi que los propios arquitectos diseñaron, era un local pequeño, no tanto en superficie como en altura, funcionó muy bien, nos comentaba “Incluso cuando el cine se llenaba, la sala de fiestas daba cinco veces más dinero”, hubo una época en la que era un puticlub, pero de putas finas. La verdad es que El Cisne Negro se anunciaba continuamente en la prensa escrita y nos daba constancia de su excelente funcionamiento, variedades, actuaciones en directo cada noche, magia, un club de la época. “Lo cerramos hace dos o tres años junto con el bingo, el contrato acordaba que cuando se fueran unos se irían los otros, en su última época se llamó Carnaval, actuaba gente de todos los tipos, coros rocieros, bailarines de salsa, vamos una sala para parejas.”

La discoteca Carnaval a la que se accedía por una pequeña entrada desde la calle Coslada, estaba completamente a oscuras y vimos poco más que lo que dejaban vislumbrar los flaxazos de la cámara. Estaba decorada en azul y sus mesas y sillas estaban perfectamente colocadas. Del bar ya se había encargado alguien que se bebió los culines de aquellas botellas que quedaban, guardarropía con sus fichas, la cabina del pinchadiscos sin sus platos giradiscos, y un escenario triste y solo, con su telón corrido. Todo aquello sucumbirá bajo los escombros del cine Marvi, hasta el momento esta impasible y estático,  como si hubieran cerrado ayer mismo.


Un aspecto general de la sala.


La desierta pista de baile y el escenario bajo el patio de butacas del cine.


Mi hermano Juanjo en la cabina del pincha con un copazo que se dejó su anterior morador.


Fachada principal del local cuando aún funcionaban sus inquilinos. (Fotografía de Enrique Fidel. )

Al menos sea cual sea el incierto futuro que le depara al antiguo cine Marvi, queda constancia por nuestra parte de la maravillosa obra que se realizó a finales de los años 50 por los arquitectos Felipe Heredero y Carlos Sobrini. Tengo que agradecer sinceramente la atenta respuesta de la familia Galve sin la que hubiera sido imposible ofreceros este maravilloso testimonio.