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11 de noviembre de 2013

EL TEATRO DE ROMEA


Aunque haga ya casi ochenta años que desapareció, en la memoria de todos los que conocemos e investigamos en la historia de nuestra ciudad resuena su nombre, Romea.
El teatro Romea nació en el año 1872 en la calle de la Colegiata nº3, junto a la plaza del Progreso actual Tirso de Molina en honor al eminente actor Julián Romea.
El arquitecto Francisco Verea diseñó un edificio de nueva planta para un estrecho solar de forma rectangular con una sola fachada a la calle de la Colegiata, y que se levantaría en cuatro plantas más sótano. La cuidada ornamentación de su fachada delataba un interior fascinante, muy detallado a pesar de lo angosto de sus dependencias.




Alzado de la fachada del teatro Romea

Con escasos diez metros de fachada se creó un retranqueo para instalar un pequeño jardín que servirá de antesala a los espectadores y que fue vallado con una alta verja de hierro. La fachada realizada en ladrillo tosco revocado a la catalana se caracterizaba por los abultados en puertas y ventanas de los pisos superiores, y de la que destacaba  un voladizo para el tejado muy sobresaliente y decorado con preciosas antefijas de cerámica.
En el jardín delantero anteriormente descrito se instalaron según memoria posterior dos casetas de madera, una para contaduría y otra para taquillas.


La entrada al local se realizaba por un gran hueco central que  conducía a un vestíbulo desde de forma simétrica y a ambos lados nacían las escaleras de acceso a los pisos superiores.
Como venía ocurriendo desde hacía algunos años en este tipo de teatros de escaso aforo y que nacían en edificios anteriormente destinados a viviendas el patio de butacas se situaba en la planta primera, dejando diáfana la baja y estableciendo en ella un gran café, con salón y tertulia antesala de la representación.
El inmueble proyectado por Francisco Verea contaba de tres partes claramente diferenciadas. Una primera destinada a vestíbulos y huecos de escalera, la segunda al gran café y patio de butacas, y una tercera y última en la parte posterior, donde se hallaban el escenario, el testero del local.
La planta baja a pesar de su diafanidad contaba con decenas de columnas de forja que sujetaban el forjado del piso superior donde estaba el patio de butacas. En la parte posterior se instalaron los aseos y la cocina del café, además de una escalera de caracol que recorría de arriba abajo el edificio.


Sección del inmueble, obsérvese la distribución del mismo confiriendo el espacio para el patio de butacas en la planta primera dejando bajo este un gran café restaurant.

En la planta primera del edificio se encortaba el coqueto patio de butacas con once filas de butacas de madera con rejecilla desde las que se ofrecía una perfecta visión de la escena a pesar de las seis columnas de hierro que sujetaban los pisos superiores. El suelo era también de madera y tenía una pequeña inclinación hacia el escenario. Los pisos segundo y tercero se destinaron a graderíos y palcos teniendo estos accesos desde la propia escalera principal. Dieciséis palcos, ocho por planta conformaban los laterales de la pequeña herradura que formaba el hueco al patio, en su fondo se habían establecido dos graderíos de entrada general que sumados al resto de localidades conformaban un total de 500 localidades.
Los pilares de hierro se pintaron en blanco y estaban rematados con capitales corintios con flores de acanto, estos soportaban el peso de los palcos que colocados de forma oblicua y que ofrecían una inmejorable visión de la escena. Los antepechos se pintaron también en blanco con filos en color dorado y sobre el techo se extendieron preciosos lienzos de adornaban la sala. Como colofón sobre la embocadura del escenario se pintó al óleo un medallón con el retrato de don Julián Romea decorado con una bonita orla. En la parte superior se podía leer “Gloria al Arte” y en la inferior “Don Julián Romea.”
Como detalle curioso añadir que la sala contaba con luz abundante, evidentemente suministrada a través de lámparas de gas que se repartían por todo el inmueble.


Tres de las plantas del inmueble en su proyecto original. Finalmente el hueco al patio no se realizó en forma cuadrangular sino que se le dio cierta forma curvada facilitando la visión de la escena.

El local estaba cubierto por un amplio tejado a dos aguas de teja plana y cristal, rejillas de ventilación en toda su extensión, sistemas de extinción de incendios bajo el escenario y todo lujo de detalles.
El local se inauguró el día 5 de febrero de 1873 con la obra “Jugar por tabla” a la que asistieron las más renombradas personalidades. El local de la calle Colegiata tenía lleno continuado todas las tardes y noches hasta que la madrugada del lunes 3 de abril de 1876 un voraz incendio declarado a las seis y media de la mañana lo destruyó por completo.
Las llamas que alcanzaban una altura inconmensurable comenzaron a propagarse a los inmuebles colindante por lo que varias casas de la plaza del progreso tuvieron que ser desalojadas. El incendio se extinguió sin causar daños personales pero si cuantiosos materiales incinerando por completo el teatro de Romea y su coqueto café.


En este plano de 1877 se aprecia el estrecho y pequeño solar que dejó el teatro Romea junto a la plaza del Progreso y que sería reedificado con una casa de vecinos.

El segundo teatro de Romea se instalaría en un local que había sido el patio interior de un edificio de viviendas en la calle de Carretas nº 12 con posterioridad nº 14. El edificio, conocido como de Filipinas albergaba desde mediados del siglo XIX el Circulo de la Unión Mercantil, cuyo patio interior había sido convertido en salón de actos. Además contaba el edificio con varios locales comerciales en los que se había establecido un café, una sastrería-guantería, una tienda de ultramarinos y coloniales, y demás negocios que fueron cambiando a lo largo de los años. El edificio tenía entrada además desde la angosta plaza de la Aduana Vieja, junto al edificio de la Bolsa, donde se encontraba un portalón y un local comercial además de varias plantas de pisos. El Círculo Mercantil utilizó con asiduidad el pequeño teatro que se denominaba hacia mediados 1867 como teatro de la Nueva Infantil, nombre que mantiene hasta al menos febrero de 1868 cuando lo cambia por el de teatro de la Bolsa.

 En 1870 se reinaugura con el nombre de teatro-café de la Infantil, con la obra “El grito de la libertad” de Francisco Macarro Gallardo y en este se podía disfrutar de  espectáculos tomando un café con media (tostada de pan), mientras actores principiantes o cómicos no muy favorecidos por la fortuna representaban piezas que el dueño del negocio había adquirido a otros autores noveles por muy poco dinero.
De esta manera se medía el éxito de la obra teatral por las medias tostadas que se habían servido durante la función.
Cuando las obras allí representadas eran demasiado largas se dividían en cinco o seis actos y el público debía abonar el precio de una consumición por cada uno de ellos. Las representaciones solían gustar a la concurrencia que, en caso contrario, mostraba su desagrado arrojando al escenario todo tipo de cosas: terrones de azúcar, platillos, tazas y hasta restos de la media tostada sin consumir. Tras la función siempre había un baile de can-can que causaba frenesí en el público.
La última temporada del teatro-café de la Infantil fue la de los años 1889-1890. El negocio cerró sus puertas, despidiéndose con un “apropósito” (pieza teatral de circunstancias) titulada “¡¡El dengue!!” de Anselmo Rodríguez Fernández, quedando su recinto convertido en un almacén de paños. […] Extraído íntegramente del artículo “El café de la Infantil y el teatro Romea”.  Antiguos cafés de Madrid y otras cosas de la villa.


Plano en el que se señala la situación exacta del inmueble que acogería en su interior el teatro de Romea. Obsérvese la salida posterior del inmueble a la plaza de la Aduana Vieja y a la calle de la Leña. Junto a esta se establecía el edificio de la Bolsa, cambiando el nombre de Leña por el de Bolsa a mediados del siglo XIX.

Es en el año 1890 el violinista Leopoldo Marco se hace con el antiguo teatro y tras algunas pequeñas mejoras lo reabre con el nombre de teatro Romea siendo este sucesor del local de la calle de la Colegiata. Al reformado teatro se accedía por medio de dos grandes huecos  que se encontraban junto al portal del edificio de viviendas. Su pequeña fachada había sido decorada con abultados de piedra artificial y madera dejando a ambos lados de su entrada espacio para la colocación de los anuncios de la obra en cartel. En la parte superior y como único reclamo aparecía el nombre del local, teatro Romea. Tras la entrada y traspasando algunas estancias, se llegaba hasta el vestíbulo que rodeaba en parte al patio de butacas y al que se accedía por varios huecos laterales y centrales. El patio de butacas contaba con una docena de filas de butacas de madera y seis palcos, tres a cada lado que se habían establecido ocupando los antiguos huecos de puertas que daban paso al patio de la finca. El acceso al piso superior se hacía por medio de dos escaleras situadas en la parte posterior, y que subían hasta otro vestíbulo desde donde se daba paso al graderío de entresuelo.


      
Plano de planta baja y sección del original teatro de Romea en la calle de las Carretas tal y como abrió en 1890.

El local al igual que su antecesor se había decorado con un exquisito gusto siguiendo las corrientes del momento. El detalle más ornamental era sin duda la laboriosa baranda de hierro que en forma de herradura que circundaba todo el piso superior de la sala. Este se había sujetado con esbeltas columnitas de hierro y en sus paredes y techos no faltaban los abultados en escayola pintados con pan de oro y alegres colores.
Las primeras obras estrenadas en el nuevo teatro Romea fueron “Juez y parte”, “Lucifer” y “El chaleco negro” de Manuel Meléndez París, a la que acompañaba “Los interesados” de Arango. La pareja de cómicos que formaron Loreto Prado y Enrique Chicote se presentaron en este teatro, juntos por primera vez, en el año 1898 y darían especial relevancia a este coliseo.




El teatro Romea sería uno de los primeros locales en proyectar pequeños films. En 1898 programa una semana de fotografías animadas alternada con representaciones de una compañía de variedades. No es hasta 1905 cuando la empresa se hace con un proyector Royal Bioscope y vuelve a pasar algunas cintas de julio a octubre, dedicándose de pleno al teatro hasta 1907 cuando programa largometrajes de 1500 metros con argumento lineal. Entre finales de 1914 hasta noviembre de 1915 proyecta cintas que alternan con funciones de la cupletista la Argentinita. Después cesa los pases hasta el verano de 1919 fecha en la que posiblemente sea la última vez que se proyectan cintas en este local.


El empresario José Campúa se hizo con el teatro Romea en los años veinte del siglo pasado, realizando mejoras en su decoración y dedicándolo a espectáculos de revista y variedades. Se ampliaron las estancias, se reorganizaron los espacios y la sala fue completamente remozada. Su antiguo techo se demolió en parte y sobre la sala se creó una bóveda lucernario de hierro y cristal. Se amplió el espacio escénico  abriendo un gran hueco en su fondo y creando una chácena, y se establecieron los camerinos en la segunda planta del edificio de la plaza de la Aduana Vieja. Incluso se construyó una cabina de proyección sobre el graderío de la primera planta a la que se accedía a través de un pasillo lateral desde el piso alto.


Sección longitudinal del nuevo teatro Romea.



Planta primera y segunda del reformado teatro Romea, obsérvese las escaleras de acceso y evacuación y la sencilla colocación de sus localidades. En la planta segunda los camerinos y la cabina de proyección.

El local era un hervidero, noche tras noches se llenaba de gente que hacía cola a sus puertas horas antes. El género frívolo, el cuplé, la revista musical se hacía un hueco en aquel Madrid de grandes cambio. El teatro Romea no fue uno de los mejores locales de la capital Española, pero por el pasaron casi todos los artistas del momento. Celia Gámez, Imperio Argentina, Concha Piquer, La Argentinita, Raquel Meller, Concha Rey, Laura Pinillos, etc…
           
Con los años el teatro Romea fue reformándose y adaptándose a los nuevos tiempos pero nunca perdió su decoración y distribución originaria.



Dos aspectos del local, su patio de butacas y graderío y el pequeño escenario con una preciosa embocadura modernista que fue testigo de tantas y tantas actuaciones. En la segunda imagen destaca el telón de boca que era sin duda el reclamo publicitario más eficaz del momento. Las miradas de los espectadores convergían en este punto, ansiosos por el comienzo de la función.


Excepcional imagen del teatro Romea en mayo de 1934 poco antes de su cierre. En cartel “Las Chicas del Ring”. Obsérvese como su diminuta fachada se engalanaba con letras luminosas de neón con el nombre de la obra en representación.

Las obras de la cercana plaza de Benavente que habían acabado con la plazuela de la Aduana Vieja acechaban sobre el teatro Romea. La ampliación y consolidación de la plaza se llevaría por medio decenas de edificios, el Romea fue uno de los últimos en caer pero la expropiación forzosa clausuró sus funciones con “Al cantar el Gallo” de maestro Pablo Luna el 14 de marzo de 1935.


A pesar que la demolición del inmueble ya había comenzado el local seguía ofreciendo programación, y hasta que el pleito entablado entre la propiedad y el ayuntamiento no se resolvió no se pudo llevar a cabo la demolición. Finalmente el 27 de julio de 1935 el ayuntamiento incautó el local y fueron los propios bomberos los que comenzaron la demolición de lo que quedaba del edificio.


                                                                        Una de las últimas imágenes del teatro aun en activo.




La portadilla del pequeño teatro Romea que aguanto hasta el último momento a la espera de una resolución que paralizase su derribo. En la imagen aparece su entrada desprovista de los cartelones luminosos que daban luz y color a la calle. Algunos metros más abajo se inauguraría el cine Carretas, moderno y cómodo que atraería a una nueva clientela.


La nueva plaza de Benavente, al fondo aparece la calle de la Bolsa y el edificio que le dio nombre a esta. A la derecha, maltrecho y semiderribado lo que quedaba de la trasera del teatro Romea.



Las autoridades en el momento en el que se acuerda la incautación del local y los trabajadores desalojando las instalaciones.





Tres aspectos de la demolición del local. Aun el piano se encontraba en el interior del local después de haber comenzado la demolición, no sabemos la suerte que correría pero posiblemente la misma que las butacas del patio. En la segunda imagen se ve parte del forjado de hierro que sujetaba el entresuelo y la bóveda del techo desprovista de sus cristales. Al fondo y como si de un decorado se tratara el Madrid que le devoraba. La tercera imagen corresponde a la plaza de Benavente y en ella se ve en la parte inferior izquierda el hueco de la embocadura, contrario a la imagen anterior.


El teatro Romea desapareció para siempre y la fisonomía de la calle y plaza nos hace imposible señalar su ubicación actual, pero aunque las modas, el progreso y la piqueta derribaran tan a querido local siempre quedará en la memoria de muchos de los amantes de esta ciudad, Madrid.

Autor: David Miguel Sánchez Fernández.

Fuentes:

Madrid y el Cine. Pascual Cebollada y Mary G. Santa Eulalia. Comunidad de Madrid 2000.
Arquitectura teatral en Madrid. Angel Luis Fernández Muñóz.
Hemeroteca ABC
Hemeroteca BNE

Agradecimiento especial a:

Ricardo Marquez  (Historias Matritenses)