Una mañana como otra cualquiera del frío mes de Octubre de 1923, caminaban hacia la obra, el Sr. Teodoro Anasagasti arquitecto del edificio y algunos compañeros, cuando en un cartel vieron que se anunciaba la apertura inminente del que sería el cinematógrafo más grande de la capital, el Monumental Cinema. ¿Sería posible? ¿Quién habría mandado colocar aquellos carteles? ¿Cómo iba a abrir este edificio en el que aún falta trabajo para al menos tres meses?
Cuando llegaron a la obra el trabajo era inusitado, todos corrían de un lado para otro, el pintor, el carpintero, el cerrajero, el electricista, todos marchaban con la ambición de acabar lo antes posible. El presidente del consejo, el Sr. Ricardo Urgoiti, se encontraba en la obra acompañado de sus consejeros y secretarios. ¡Desengáñense ustedes, esta es la única forma de acabar! En dos días este local estará rebosante de gente, así que sea como sea tiene que estar acabado. Quedaban cientos de butacas por colocar, los montadores corrían como hormigas en mitad de una carretera, mientras el jefe del personal ensayaba con los acomodadores entre las imaginarias filas de asientos. La orquesta guiada por el maestro Escobar, ensayaba incesante bajo el escenario, los obreros se quedaban embelesados con su herramientas en mano, alguien les gritaban y continuaban con el tajo. Tablones que caían, martillazos de los entarimadores, voces de mando, y maldiciones constantes. Una nube de polvo y yeso envolvía el ambiente. La gente ya formaba cola en la calle para adquirir las localidades, ¡Dios mío, no puede ser!!!! las taquillas aún no están terminadas. Según nos cuenta la detallada información de la que extraigo este artículo (Revista La Construcción Moderna Num. 21 15 Nov. 1923) los madrileños tenían una inusitada afición a hacer colas para todo, filas en la panadería, en los estancos, en las liquidaciones.
El día de la inauguración, ya había llegado, donde aún no había dado tiempo a colocar el solado, un parche de cemento o una alfombra, ¡ya se terminara después! donde faltaba una baranda de hierro, el carpintero con dos tablones construía una, los electricistas, locos no sabían como empalmar la madeja de hilos que recorría el local, escaleras, puntales, cubos, brochas, martillos, ¡Dios mío que organización! Ruiz, el tapicero sustituía con sedalina plisada los cristales que no estaban colocados. Faltaban las puertas principales, la casa Manmenjean encargada de ellas, nos anunciaba que no estarían listas ni en quince días. ¿Cómo que quince días? , tienen que estar montadas en el momento de la inauguración, aunque sean unas provisionales hechas con los modelos que tengan en el taller. ¡Allí tienen ustedes unas vidrieras de caballos que irán muy bien! ¡Lléveselas y hágame las tres puertas! A los cinco minutos suena el teléfono. ¿Qué ocurre? ¿Cómo va la cosa? Estamos en ello pero solo tenemos un caballo para las vidrieras, ¿Qué pongo en los demás huecos? Lo que quiera como si quiere poner burras, las puertas solo duraran quince días. A falta de dos horas para la apertura del local los muros del vestíbulo se comienzan a pintar, de abajo a arriba se les ha dicho, al revés de lo normal, aquí todo marcha al revés, la fachada aún ostentaba el andamio de madera que se veía cuajado de pintores ¡Vamos, vamos señores! ¿Cuanto tiempo hace falta para desmontar esto? Preguntaba el Sr. Urgoiti. ¡De ocho a diez horas señor! Tienen hora y media para desmontarlo todo, son ustedes seis obreros hábiles, serán recompensados. El andamio se comienza a desmontar y los pintores corren apresurados porque les quitan los tablones de apoyo. La fachada se ve limpia e impoluta, los primeros espectadores empezaron a entrar en el local saltando sobre los tableros; aún los pintores estaban rematando la faena y ya se oía el preludio de la orquesta, la multitud invadía el local, por la puerta principal mientras los obreros huían despavoridos por la puerta de servicio, cargados de achiperres. La licencia de apertura llegó por teléfono, pero viendo lo visto creo que les hubiera importado poco.
La embocadura y pantalla del Cinema Monumental.
En un solar irregular de la calle de Atocha 65, donde estuvo el Real Hospital de Aragoneses, Catalanes y Valencianos, derribado por su estado de ruina, se construiría hacia 1922 el que llegó a ser uno de los mejores locales de Europa. El solar estaba compuesto de veintidós caras y tenía acceso desde dos calles, Atocha en su confluencia con la plaza de Antón Martín y un pequeño, pero muy eficiente hueco, por la calle del León. Las obras que duraron diecisiete meses, levantaron una magnífica estructura de hormigón armado llevada a cabo bajo la dirección del constructor Francisco Muñoz y construida por la Sociedad de Cementos Pórtland de Sestaó, que aún hoy en día resiste impasible el paso de aquella gente que casi lo arroya todo. Muchos dudaron de la efectividad de este e incluso esperaron varias semanas hasta comprobarlo por ellos mismos que aquello no se caía antes de asistir como espectadores.
Una imagen tomada desde la plaza de Antón Martín de la obra ya avanzada.
El aforo del local fue un poco especulativo y no muy concreto, algunos nombran 4.000 espectadores otros 3.600, quizás aún no lo tengan claro, el primer anfiteatro o entresuelo, tenía un aforo de 1.200 espectadores, otro sobre este o principal, 1.000 más, el resto en el patio de butacas de la planta calle. Para atestiguarse la fiabilidad del material constructivo, se realizaron multitud de pruebas de resistencia, colocando durante 25 días, 2.500 sacos de arena con 60 kilos cada uno llegando a producir cargas de hasta 450 y 500 kilos por metro cuadrado.
Dos imágenes de las rampas de entresuelo y principal cargadas con sacos.
Para la techumbre se utilizó gigantescas vigas de hierro apoyadas en cuatro vértices de la sala que dejaban huecos de 27 metros de luz y apoyo con una reacción de 35 toneladas, construidas por la empresa S.A. Torras.
Las escaleras sobrecargadas en exceso para verificar su aguante.
Para sus fachadas se utilizó el mismo esquema que Anasagati había realizado ya con anterioridad en el Real Cinema de la Plaza de Isabel II. Juego de volúmenes y salientes en la zona central, rematados por dos torreones a los lados decorados con sencillez, columnas en ladrillo y tonos ocres en los paños lisos, detalles modernistas en forja en parapetos de ventanas y barandillas. Las jambas de los huecos superiores iban adornadas con pequeñas columnas revestidas de cerámica de mosaico de juego de damas, en verde y negro. Sobre las cuatro taquillas dos pequeñas marquesinas de hormigón y sobre los tres grandes huecos de la entrada otras, esta vez de formas redondeadas.
El Monumental Cinema días después de su inauguración.
En la parte superior un hermoso cartel presidía la fachada, en él se leía MONUMENTAL CINEMA. Además contaba con mil detalles de buen gusto como los magníficos faroles de bronce que pendían de su portada, o las puertas y ventanas que estaban adornadas con valiosas vidrieras.
La entrada al local se hacía a través de los tres grandes huecos con arcos de medio punto que habíamos mencionando anteriormente, el vestíbulo era muy amplio y diáfano, fue el único lugar donde se había utilizado escayola para decorar techos, el resto iba al descubierto dejando entrever el forjado de hormigón. El suelo de la estancia estaba realizado en mosaicos enteros, y las paredes engalanadas con hermosos tonos de color, tres columnas octogonales de hormigón armado sujetaban el forjado de los pisos superiores, dejando el resto del espacio completamente diáfano.[...]
El resto de la información la podrán encontrar en la página 190 de mi libro "Cines de Madrid"