Ya hace algunos años escribí acerca del cine Marvi de la calle
Cartagena, una sencilla sala de barrio con cerca de 2000 localidades que
funcionó con regularidad desde 1959 hasta casi finales de los 80. Hace unas
semanas Patricia Gosálvez periodista de El Pais, publicó un interesante
articulo en la edición dominical, en el suplemento de Madrid que se titulaba
“El The End de los cines de barrio”. Yo participé en este artículo, ella quería
profundizar acerca de las antiguas salas de barrio que tan buenos ratos nos
habían hecho pasar, y se interesaba especialmente en el antiguo cine Marvi,
convertido en bingo, y hoy cerrado. Indagó y dio con sus propietarios y
consiguió entrevistar a don Ricardo Glave, yerno de uno de sus fundadores. La
familia lo tiene actualmente en venta, evidentemente para su demolición y
conversión en viviendas. Yo aprovechando la ocasión contacté también con los
propietarios y no dudaron en abrirme sus puertas para mostraros a todos
vosotros lo que queda del magnífico cine Marvi.
El
cine Marvi poco después de su inauguración.
Don Ricardo Galve, hombre trabajador y de grandes conocimientos,
hoy en día ya jubilado, no tuvo ningún pudor en mostrarnos los entresijos de lo
que había sido uno de los grandes cines del la zona de Diego de León,
evidentemente competían con el gran Victoria, un local no muy lejano pero que
no le hacía sombra, “había clientes para
todos” nos contaba el señor Galve. De hecho en la misma calle de Cartagena,
muy próximo a este, había otro local, el Bahía, una pequeña sala que también
tenía su clientela. Cuando el cine Marvi abrió sus puertas en el año 1959
programaba películas de primer reestreno, es decir, aquellas que habían sido
proyectadas durante largo tiempo en locales punteros como los de la Gran Vía y que pasaban a estas salas a un precio más reducido, pero abarrotando
de igual forma a cantidad de espectadores que esperaban ansiosos ver o rever la
película.
Vestíbulo
del antiguo cine Marvi, hoy en día irreconocible.
Hoy el vestíbulo tan moderno en aquellos tiempos se había
dividido, parece ser que en una reforma realizada en su época cinematográfica concediéndole
más espacio al patio de butacas y retranqueando su pared trasera, la de entrada
de los espectadores, unos metros, dejando el vestíbulo un poco más pequeño. En
la imagen superior vemos el original vestíbulo, pues tras la reforma se
suprimió la parte que ocupaban los sofás, dejando su entrada no como era
originalmente por medio de dos puertas laterales, sino por un gran hueco
central desde donde se dividían los pasillos para distribución de las
localidades. Cuando los arquitectos de este edificio planearon su desalojo, lo
realizaron muy concienzudamente, dando salida a los espectadores del patio por
su puerta central y a los de los pisos superiores por las laterales, evitando
de este modo aglomeraciones. Cuando se reformó para bingo, sobraba todo lo de
arriba, de tal forma que se utilizó única y exclusivamente la puerta central,
marginando y excluyendo las escaleras que subían a la planta superior y
dejándolas únicamente para servicio del bingo. Ese retranqueo que vemos en la
imagen superior donde esta la papelera, pasó a ser un aseo para minusválidos,
el otro hueco, simétrico a este, la recepción de clientes del bingo, condenando
por completo los huecos de acceso al piso superior, dejando únicamente una
pequeña puertecilla en el lateral izquierdo. Se creó un falso techo sobre este
nuevo vestíbulo y se modificó su suelo, creando incluso una rampa para sillas de
ruedas. Las paredes se forraron con conglomerados de madera y se creó un
espacio mucho más pequeño y confortable.
El actual vestíbulo del cine Marvi, hoy
completamente abandonado.
Traspasando esas dos puertas que durante los últimos años dieron
paso también al patio de butacas, se accedía a un espacio, en la actualidad
diáfano y desvencijado. En él no quedaba más rastro del antiguo cine que su
forma, y la disposición en el suelo de unos pasillitos de baldosas que dejaban
grandes islas de moqueta verde. “Donde
esta la moqueta antes había madera, y sobre ellas iban instaladas las butacas”
nos confirmaba el señor Galve. Efectivamente, habían aprovechado el entarimado
de madera para instalar una moqueta y separar de esta forma los grupos de
mesas, al fondo donde estuvo la pantalla, hoy no había más que un
pequeño escenario donde se supone se cantaba la partida. Todo estaba
desmantelado, había una cosa muy curiosa, el falso techo que se había realizado
para separar el bingo del resto del edificio se había en parte desmontado, y al
hablar se podía notar la perfecta acústica del local, no hacía falta hablar muy
alto, el sonido se repartía uniforme y limpio. Los arquitectos pusieron mucha
atención en este aspecto, forrando para tal fin, todas las paredes con paneles
de madera y telas.
Dos aspectos de lo que queda del antiguo patio de
butacas.
Junto a la gran puerta de entrada al patio y bajo el tiro de
escalera izquierdo se encontraba un pasillo, el cual nacía en sus orígenes en
el vestíbulo, pero que ahora quedaba dentro de la sala, desde él, se accedía a
un cuarto que debió ser un pequeño despacho y que originalmente eran las
taquillas. Al fondo una escalera nos sumergía a las profundidades del sótano
donde estaban los aseos para caballeros y señoras, hoy completamente remozados,
junto a estos una misteriosa puerta, (tener en cuenta que no había luz
eléctrica y estábamos ya en el primer sótano) tras ella unas escaleras con
barandilla de hierro y peldaños muy empinados que descendían aún un piso más abajo.
Esto era el cuarto de climatización y calderas, nos dijo el señor Galve. Yo
personalmente no pude remediar el exclamar. ¡Dios mió, si esto parecen las
calderas del Titanic!!!
El cuarto de máquinas del cine Marvi.
Aquello era colosal, había dos grandes tambores de más de un metro
de altura que al parecer servían para remover el aire del interior de la sala,
y digo remover porque el curioso sistema de “CLIMA ARTIFICIAL” no era mucho más
que eso, hacían correr el aire desde el exterior al interior renovándolo y a su
vez filtrándolo, haciéndole pasar por un gran compartimento en el que a modo de
filtro había colocado un panal de ladrillos absorbentes que eran regados
continuamente para refrescarlos, consiguiendo de esa forma y al pasar el aire a
través de ellos un ligero descenso de la temperatura. Al igual ocurría en caso
opuesto, si se rociaban con agua caliente el aire se calentaba, un curioso
sistema que al parecer se instauró en la mayoría de locales de espectáculos de
la época. Al fondo de el estrecho pasillo donde estaba construido el clima artificial,
había más escaleras que aún ahondaban en el piso hasta dos metros más abajo
donde se hallaba la hoy completamente oxidada caldera de calefacción a
carbón. En un compartimiento anexo se
almacenaba el bien combustible, parecía como si el tiempo se hubiera detenido
hace ya muchos años en este lugar. “Esto
no se usa desde hace ya muchísimos años, el bingo instaló otro modernísimo
sistema de refrigeración que no tiene nada que ver con este” nos comentaba
el señor Galve, “Si, cuando entrabas se
notaba fresquito pero como era un aire muy húmedo al rato te ponías a sudar
como un pollo” continuaba diciéndonos. En el extremo opuesto a la caldera,
otra puertecilla, daba acceso a un habitáculo donde olía fuertemente a gasolina,
“Este era el generador eléctrico a
gasóleo, en los años 50 y 60 todavía eran frecuentes los cortes del suministro,
y nosotros no podíamos prescindir de la electricidad.” “Con este generador se
podría alumbrar prácticamente toda la manzana, se compró de segunda-mano a una
mina Asturiana.” Como pudimos comprobar los edificios debían de estar
dotados de los más modernos sistemas al servicio de sus clientes, y desde luego el cine Marvi, los tenía todos”
Don Ricardo Galve, junto al electrogenerador en las
catacumbas del cine Marvi.
Además de este electro-generador contaba el cine con una pila de
varias decenas de baterías que se recargaban continuamente y que se encontraban
junto a la cabina de proyección, eran muy necesarias para alimentar el
suministro en caso de que este faltase y aunque durasen poco tiempo era más que
suficiente para arrancar el generador.
Volvimos nuevamente hasta el vestíbulo, desde allí, traspasamos
una pequeña puerta que servía para acceder a uno de los tiros de escalera del
antiguo vestíbulo. Ahora sí, ya estábamos dentro del cine Marvi, estaba todo
idéntico, los peldaños, las barandillas, e incluso aquellas esculturas que
habían realizado los arquitectos soldando tubos viejos y tornillos de desecho.
Ascendimos hasta el entresuelo, donde de igual forma que expresaba yo en mi
anterior artículo, se encontraba el ambigú y el bar. Este se había desmontado y
en su lugar se habían construido unos almacenes subdividiendo el espacio. A
ambos lados de este los dos huecos de entrada al entresuelo de preferencia, uno
de ellos se hallaba tapiado, también lo usaron como almacén.
Escultura realizada por los propios arquitectos que
era a su vez una lámpara en una de las paredes de las escaleras de acceso al
entresuelo.
Aspecto de una de las escaleras que subían al
vestíbulo del entresuelo y uno de los pasillos de acceso al graderío de
preferencia.
A ambos lados de las escaleras se encontraban otros dos cuartos
antiguamente destinados a despacho de dirección y almacén, hoy en día
completamente desorganizados y revueltos, al parecer se usaron como despacho y
contaduría del bingo. Mi mayor obsesión era saber qué quedaba realmente en el
interior del local, qué es lo que había del antiguo graderío de entresuelo, así
que me adentre por uno de aquellos pasillos laterales y tras subir unos
peldaños llegue hasta allí. Todo estaba estático, al mover la linterna, única
fuente de luz en las tripas de aquel gran monstruo, pude contemplar con asombro
como las últimas, trece, catorce o quince últimas filas de butacas del
gallinero, seguían allí, pero me separaba un murete que en su tiempo diferenció a las localidades de
entrada general de las de preferencia. Así que salí rápidamente y le dije al
señor Galve, quiero subir un piso más! Ni siquiera reparé a hacer una
fotografía.
Aquella enorme cristalera que daba a la calle de Cartagena y desde
donde en otro tiempo se veía a los transeúntes, se había forrado de un plástico
verdoso que dejaba pasar tenuemente la luz del sol y confería al tétrico
espacio un tono muy futurista, al subir las escaleras llegamos hasta el último
vestíbulo, éste de doble altura. El espacio estaba abarrotado de antiguos
butacones que fueron del bingo y que hoy se almacenaban sin ningún valor. A
ambos lados de las escaleras se encontraban los aseos, masculinos y femeninos,
y frente al de caballeros una pequeña puerta “Por aquí se subía hasta la cabina, ¿la quieren ver?” yo le
contesté, sí por supuesto, pero antes quiero entrar en el gallinero.
Aspecto que presenta el último vestíbulo hoy plagado
de antiguos butacones.
Entrada al gallinero desde el vestíbulo de la planta
tercera.
Él se quedó hablando con mi hermano en el vestíbulo, parecía que
querían que entrara yo solo y disfrutara de lo que tanto tiempo llevaba
esperando ver. Por que aunque parezca mentira, este es el primer cine muerto
que recorría. Subí rápidamente penetrando en la oscuridad y llegué hasta el
descansillo. Allí estaba lo que yo quería ver !!!! Movía lentamente la linterna,
el polvo flotaba en el ambiente, ¿quizás buscaba aún a algún espectador sentado
en aquellas butacas que en otro tiempo fueron azules y que llevaban plegadas
más de 30 años? Las paredes conservaban la madera con la que fueron revestidas.
En ese momento me sentí realizado, ya lo podían derribar !!!!
Aspecto actual de la “fila de los mancos” del cine
Marvi, obsérvese el suelo en pendiente de tarima de madera.
Al volverme y mirar al frente me quedé aún más boquiabierto, el
techo estaba intacto, incluso la parte superior de la embocadura que
representaba un rollo de película extendido, estaba aún. “El telón se descolgó y sirvió para hacer todas las cortinas de un
colegio en Zaragoza” me había dicho el señor Galvez minutos antes. El techo
conservaba la ondulación que los arquitectos le habían conferido, y sin dudas era una magnífica
forma no solo de engalanar un moderno local, sino de darle una perfecta
resonancia. No dudé en alzar la voz para comprobarlo.
Parte del techo del cine Marvi visto desde el patio
de butacas en los años 50.
Parte del techo del cine Marvi en la actualidad.
Una imagen tomada desde la última fila del
gallinero. Al fondo se ve lo que antiguamente
fue el hueco al patio de butacas hoy repleto de hierros que sujetan el
techo del bingo.
Todo el entresuelo estaba recorrido por un inmenso tubo que nacía
de uno de los huecos de proyección y descendía hasta el bingo, “Lo
instalaron para la ventilación de la sala de abajo” me dijo su propietario
cuando le pregunté por él. Lo habían colocado simplemente apoyado sobre las
butacas, total, nadie lo iba a ir a tocar.
Volví donde estaban los demás, ahora sí que quiero ver la cabina,
volvimos hasta la puertecilla y el señor Galve se afanó en abrirla. Estaba muy
oscuro y se oía ruido arriba, una estrechísima escalera de cemento con una
simple barandilla de hierro subía sinuosa en dos tramos hasta otra puerta, el
recorrido estaba regado de pedazos de cinta cinematográfica como si la hubieran
perdido en una huida violenta, olía fuerte como a… palomas!!! Comenzaron a
revolotear sin control al abrir la portezuela, había muchísimas, pero al menos había
mucha luz. La cabina de proyección que se asentaba sobre el vestíbulo más alto
y volaba sobre la fachada principal, era un espacio grande, dividido en varias áreas.
En un primer espacio que estaba completamente alicatado en color blanco, era
donde se preparaban las películas, “aquí
se rebobinaban las películas a mano dándole a una manivela””Trabajaban cuatro
personas en este lugar, un jefe de cabina, dos operadores, y un correturnos por
si faltaba alguno de los otros” Era algo espectacular, pensar que cuatro
personas tuvieran que controlar eso, cuando en la actualidad un par de
operadores controlan 12 minisalas. La habitación estaba plagada de trastos
aderezados con cagaditas de palomas y plumas, un verdadero desastre, en un
rincón había un cuartucho y un mueble, seguramente donde se guardaban los
rollos para evitar que se deterioraran; sobre este cuarto, un depósito para
agua, “era para caso de incendio, sobre
los proyectores había unas duchas por si ardía la película.” Seguramente también
diera servicio a una cortina de agua sobre el telón algo muy habitual en estos
locales.
Dos aspectos de lo que quedaba del cuarto del
proyeccionista y la cabina de proyección hoy invadidas por las palomas.
Los proyectores se los vendieron aún a tiempo a alguien para un
cine de verano, allí no quedaba ni rastro de nada, tan solo había trastos y
palomas, lo que aún se conservaba eran todos los cuadros de control de
alumbrado y cabina, aquellos con los antidiluvianos y para nada seguros
interruptores de guillotina que recordaban al laboratorio del doctor
Frankesteim. En lo más alto había una puertezuela que según nos afirmó el señor
Galve conducía a una pasarela sobre el techo del patio para servicio de
iluminación y verificación de daños en tejado de Uralita.
Uno de los cuadros de control y la angosta escalera
que conducía hasta la cabina de proyección.
Al bajar nuevamente al vestíbulo de la planta superior nos
percatamos de una puerta bajo la rampa del gallinero que escondía en su
interior recuerdos de aquel antiguo cine tan olvidado. Al iluminar con la
linterna, lo primero que vimos fue un cartelón que decía, HOY RIGUROSO PRIMER
REESTRENO.
También estaban los centenares de bombillas alineadas sobre una
estrecha tabla que se colocaban alrededor de los cartelones y que atraían las
miradas de los viandantes. Facturas, papeles y mucho, mucho polvo. Allí
escondida estaba una de las vigas de celosía que sujetaba gran parte del
gallinero, porque este edificio había sido construido en gran parte con
estructura metálica, ya que la familia Arranz propietaria del local contaba con
unos talleres de forja que realizaron nada más y nada menos que parte del encofrado
para el maestro Pedro Muguruza en su obra el Valle de Los Caídos. “Luego cambiamos toda la estructura de
madera del tejado del Escorial por otra metálica, eso nos llevó varios años,
trabajábamos solo cinco meses al año”, “primero construíamos y montábamos las
estructuras aquí en Madrid y luego las desmontábamos y las volvíamos a montar
en el Escorial” decía orgulloso el señor Galve.
La cercha metálica que sujetaba el gallinero vista
desde un cuarto de almacenaje.
Bajamos hasta la planta calle, y cuando pensábamos que ya lo
habíamos visto todo, dijo su propietario, ahora vamos a ver la sala de fiestas.
El Cisne Negro fue la sala adjunta al cine Marvi que los propios arquitectos
diseñaron, era un local pequeño, no tanto en superficie como en altura, funcionó
muy bien, nos comentaba “Incluso cuando el cine se llenaba, la sala de
fiestas daba cinco veces más dinero”, hubo una época en la que era un
puticlub, pero de putas finas. La verdad es que El Cisne Negro se anunciaba
continuamente en la prensa escrita y nos daba constancia de su excelente
funcionamiento, variedades, actuaciones en directo cada noche, magia, un club
de la época. “Lo cerramos hace dos o tres
años junto con el bingo, el contrato acordaba que cuando se fueran unos se
irían los otros, en su última época se llamó Carnaval, actuaba gente de todos
los tipos, coros rocieros, bailarines de salsa, vamos una sala para parejas.”
La discoteca Carnaval a la que se accedía por una pequeña entrada
desde la calle Coslada, estaba completamente a oscuras y vimos poco más que lo
que dejaban vislumbrar los flaxazos de la cámara. Estaba decorada en azul y sus
mesas y sillas estaban perfectamente colocadas. Del bar ya se había encargado
alguien que se bebió los culines de aquellas botellas que quedaban, guardarropía
con sus fichas, la cabina del pinchadiscos sin sus platos giradiscos, y un
escenario triste y solo, con su telón corrido. Todo aquello sucumbirá bajo los
escombros del cine Marvi, hasta el momento esta impasible y estático, como si hubieran cerrado ayer mismo.
Un aspecto general de la sala.
La desierta pista de baile y el escenario bajo el
patio de butacas del cine.
Mi hermano Juanjo en la cabina del pincha con un
copazo que se dejó su anterior morador.
Fachada principal del local cuando aún funcionaban
sus inquilinos. (Fotografía de Enrique Fidel. )
Al menos sea cual sea el incierto futuro que le depara al antiguo
cine Marvi, queda constancia por nuestra parte de la maravillosa obra que se
realizó a finales de los años 50 por los arquitectos Felipe Heredero y Carlos Sobrini. Tengo que agradecer
sinceramente la atenta respuesta de la familia Galve sin la que hubiera sido
imposible ofreceros este maravilloso testimonio.