Aunque haga ya casi ochenta años que
desapareció, en la memoria de todos los que conocemos e investigamos en la
historia de nuestra ciudad resuena su nombre, Romea.
El teatro Romea nació en el año 1872
en la calle de la Colegiata nº3, junto a la plaza del Progreso actual Tirso de
Molina en honor al eminente actor Julián Romea.
El arquitecto Francisco Verea diseñó
un edificio de nueva planta para un estrecho solar de forma rectangular con una
sola fachada a la calle de la Colegiata, y que se levantaría en cuatro plantas
más sótano. La cuidada ornamentación de su fachada delataba un interior
fascinante, muy detallado a pesar de lo angosto de sus dependencias.
Alzado de la fachada del teatro Romea
Con escasos diez metros de fachada se
creó un retranqueo para instalar un pequeño jardín que servirá de antesala a
los espectadores y que fue vallado con una alta verja de hierro. La fachada
realizada en ladrillo tosco revocado a la catalana
se caracterizaba por los abultados en puertas y ventanas de los pisos
superiores, y de la que destacaba un
voladizo para el tejado muy sobresaliente y decorado con preciosas antefijas de
cerámica.
En el jardín delantero anteriormente
descrito se instalaron según memoria posterior dos casetas de madera, una para
contaduría y otra para taquillas.
La entrada al local se realizaba por
un gran hueco central que conducía a un
vestíbulo desde de forma simétrica y a ambos lados nacían las escaleras de
acceso a los pisos superiores.
Como venía ocurriendo desde hacía
algunos años en este tipo de teatros de escaso aforo y que nacían en edificios
anteriormente destinados a viviendas el patio de butacas se situaba en la
planta primera, dejando diáfana la baja y estableciendo en ella un gran café,
con salón y tertulia antesala de la representación.
El inmueble proyectado por Francisco
Verea contaba de tres partes claramente diferenciadas. Una primera destinada a
vestíbulos y huecos de escalera, la segunda al gran café y patio de butacas, y
una tercera y última en la parte posterior, donde se hallaban el escenario, el
testero del local.
La planta baja a pesar de su
diafanidad contaba con decenas de columnas de forja que sujetaban el forjado
del piso superior donde estaba el patio de butacas. En la parte posterior se
instalaron los aseos y la cocina del café, además de una escalera de caracol
que recorría de arriba abajo el edificio.
Sección del
inmueble, obsérvese la distribución del mismo confiriendo el espacio para el
patio de butacas en la planta primera dejando bajo este un gran café
restaurant.
En la planta primera del edificio se
encortaba el coqueto patio de butacas con once filas de butacas de madera con
rejecilla desde las que se ofrecía una perfecta visión de la escena a pesar de
las seis columnas de hierro que sujetaban los pisos superiores. El suelo era
también de madera y tenía una pequeña inclinación hacia el escenario. Los pisos
segundo y tercero se destinaron a graderíos y palcos teniendo estos accesos
desde la propia escalera principal. Dieciséis palcos, ocho por planta
conformaban los laterales de la pequeña herradura que formaba el hueco al
patio, en su fondo se habían establecido dos graderíos de entrada general que sumados
al resto de localidades conformaban un total de 500 localidades.
Los pilares de hierro se pintaron en
blanco y estaban rematados con capitales corintios con flores de acanto, estos
soportaban el peso de los palcos que colocados de forma oblicua y que ofrecían
una inmejorable visión de la escena. Los antepechos se pintaron también en
blanco con filos en color dorado y sobre el techo se extendieron preciosos
lienzos de adornaban la sala. Como colofón sobre la embocadura del escenario se
pintó al óleo un medallón con el retrato de don Julián Romea decorado con una
bonita orla. En la parte superior se podía leer “Gloria al Arte” y en la
inferior “Don Julián Romea.”
Como detalle curioso añadir que la
sala contaba con luz abundante,
evidentemente suministrada a través de lámparas de gas que se repartían por
todo el inmueble.
Tres de las plantas del inmueble en su
proyecto original. Finalmente el hueco al patio no se realizó en forma
cuadrangular sino que se le dio cierta forma curvada facilitando la visión de
la escena.
El local estaba cubierto por un amplio
tejado a dos aguas de teja plana y cristal, rejillas de ventilación en toda su
extensión, sistemas de extinción de incendios bajo el escenario y todo lujo de
detalles.
El local se inauguró el día 5 de febrero de 1873 con la obra “Jugar
por tabla” a la que asistieron las más renombradas personalidades. El local de
la calle Colegiata tenía lleno continuado todas las tardes y noches hasta que
la madrugada del lunes 3 de abril de 1876 un voraz incendio declarado a las
seis y media de la mañana lo destruyó por completo.
Las llamas que alcanzaban una altura inconmensurable
comenzaron a propagarse a los inmuebles colindante por lo que varias casas de
la plaza del progreso tuvieron que ser desalojadas. El incendio se extinguió
sin causar daños personales pero si cuantiosos materiales incinerando por
completo el teatro de Romea y su coqueto café.
En este plano de 1877 se aprecia el
estrecho y pequeño solar que dejó el teatro Romea junto a la plaza del Progreso
y que sería reedificado con una casa de vecinos.
El segundo teatro de Romea se instalaría en un local que
había sido el patio interior de un edificio de viviendas en la calle de
Carretas nº 12 con posterioridad nº 14. El edificio, conocido como de Filipinas
albergaba desde mediados del siglo XIX el Circulo de la Unión Mercantil, cuyo
patio interior había sido convertido en salón de actos. Además contaba el
edificio con varios locales comerciales en los que se había establecido un
café, una sastrería-guantería, una tienda de ultramarinos y coloniales, y demás
negocios que fueron cambiando a lo largo de los años. El edificio tenía entrada
además desde la angosta plaza de la Aduana Vieja, junto al edificio de la
Bolsa, donde se encontraba un portalón y un local comercial además de varias
plantas de pisos. El Círculo Mercantil utilizó con asiduidad el pequeño teatro
que se denominaba hacia mediados 1867 como teatro de la Nueva Infantil, nombre
que mantiene hasta al menos febrero de 1868 cuando lo cambia por el de teatro
de la Bolsa.
En 1870 se reinaugura con el nombre de
teatro-café de la Infantil, con la obra “El grito de la libertad” de Francisco
Macarro Gallardo y en este se podía disfrutar de espectáculos tomando un café con media
(tostada de pan), mientras actores principiantes o cómicos no muy favorecidos
por la fortuna representaban piezas que el dueño del negocio había adquirido a
otros autores noveles por muy poco dinero.
De esta manera se medía
el éxito de la obra teatral por las medias tostadas que se habían servido
durante la función.
Cuando las obras allí
representadas eran demasiado largas se dividían en cinco o seis actos y el
público debía abonar el precio de una consumición por cada uno de ellos. Las
representaciones solían gustar a la concurrencia que, en caso contrario,
mostraba su desagrado arrojando al escenario todo tipo de cosas: terrones de
azúcar, platillos, tazas y hasta restos de la media tostada sin consumir. Tras
la función siempre había un baile de can-can que causaba frenesí en el público.
La última temporada del
teatro-café de la Infantil fue la de los años 1889-1890. El negocio cerró sus
puertas, despidiéndose con un “apropósito” (pieza teatral de circunstancias)
titulada “¡¡El dengue!!” de Anselmo Rodríguez Fernández, quedando su recinto
convertido en un almacén de paños. […] Extraído
íntegramente del artículo “El café de la Infantil y el teatro Romea”. Antiguos cafés de Madrid y otras cosas de la
villa.
Plano en el que se señala la situación
exacta del inmueble que acogería en su interior el teatro de Romea. Obsérvese
la salida posterior del inmueble a la plaza de la Aduana Vieja y a la calle de
la Leña. Junto a esta se establecía el edificio de la Bolsa, cambiando el
nombre de Leña por el de Bolsa a mediados del siglo XIX.
Es en el año 1890 el violinista Leopoldo Marco se hace con el
antiguo teatro y tras algunas pequeñas mejoras lo reabre con el nombre de teatro
Romea siendo este sucesor del local de la calle de la Colegiata. Al reformado
teatro se accedía por medio de dos grandes huecos que se encontraban junto al portal del
edificio de viviendas. Su pequeña fachada había sido decorada con abultados de
piedra artificial y madera dejando a ambos lados de su entrada espacio para la
colocación de los anuncios de la obra en cartel. En la parte superior y como
único reclamo aparecía el nombre del local, teatro Romea. Tras la entrada y
traspasando algunas estancias, se llegaba hasta el vestíbulo que rodeaba en
parte al patio de butacas y al que se accedía por varios huecos laterales y
centrales. El patio de butacas contaba con una docena de filas de butacas de
madera y seis palcos, tres a cada lado que se habían establecido ocupando los
antiguos huecos de puertas que daban paso al patio de la finca. El acceso al
piso superior se hacía por medio de dos escaleras situadas en la parte
posterior, y que subían hasta otro vestíbulo desde donde se daba paso al
graderío de entresuelo.
Plano de planta baja y sección del
original teatro de Romea en la calle de las Carretas tal y como abrió en 1890.
El local al igual que su antecesor se había decorado con un exquisito
gusto siguiendo las corrientes del momento. El detalle más ornamental era sin
duda la laboriosa baranda de hierro que en forma de herradura que circundaba
todo el piso superior de la sala. Este se había sujetado con esbeltas
columnitas de hierro y en sus paredes y techos no faltaban los abultados en
escayola pintados con pan de oro y alegres colores.
Las primeras obras estrenadas en el nuevo teatro Romea fueron
“Juez y parte”, “Lucifer” y “El chaleco negro” de Manuel Meléndez París, a la
que acompañaba “Los interesados” de Arango. La pareja de cómicos que formaron
Loreto Prado y Enrique Chicote se presentaron en este teatro, juntos por
primera vez, en el año 1898 y darían especial relevancia a este coliseo.
El teatro Romea sería uno de los primeros locales en
proyectar pequeños films. En 1898 programa una semana de fotografías animadas
alternada con representaciones de una compañía de variedades. No es hasta 1905 cuando
la empresa se hace con un proyector Royal
Bioscope y vuelve a pasar algunas cintas de julio a octubre, dedicándose de
pleno al teatro hasta 1907 cuando programa largometrajes de 1500 metros con
argumento lineal. Entre finales de 1914 hasta noviembre de 1915 proyecta cintas
que alternan con funciones de la cupletista la Argentinita. Después cesa los
pases hasta el verano de 1919 fecha en la que posiblemente sea la última vez
que se proyectan cintas en este local.
El empresario José Campúa se hizo con el teatro Romea en los
años veinte del siglo pasado, realizando mejoras en su decoración y dedicándolo
a espectáculos de revista y variedades. Se ampliaron las estancias, se
reorganizaron los espacios y la sala fue completamente remozada. Su antiguo
techo se demolió en parte y sobre la sala se creó una bóveda lucernario de
hierro y cristal. Se amplió el espacio escénico
abriendo un gran hueco en su fondo y creando una chácena, y se
establecieron los camerinos en la segunda planta del edificio de la plaza de la
Aduana Vieja. Incluso se construyó una cabina de proyección sobre el graderío
de la primera planta a la que se accedía a través de un pasillo lateral desde
el piso alto.
Planta primera y segunda del reformado
teatro Romea, obsérvese las escaleras de acceso y evacuación y la sencilla
colocación de sus localidades. En la planta segunda los camerinos y la cabina
de proyección.
El local era un hervidero, noche tras noches se llenaba de
gente que hacía cola a sus puertas horas antes. El género frívolo, el cuplé, la
revista musical se hacía un hueco en aquel Madrid de grandes cambio. El teatro
Romea no fue uno de los mejores locales de la capital Española, pero por el
pasaron casi todos los artistas del momento. Celia Gámez, Imperio Argentina,
Concha Piquer, La Argentinita, Raquel Meller, Concha Rey, Laura Pinillos, etc…
Con los años el teatro Romea fue reformándose y adaptándose a
los nuevos tiempos pero nunca perdió su decoración y distribución originaria.
Dos aspectos del local, su patio de
butacas y graderío y el pequeño escenario con una preciosa embocadura
modernista que fue testigo de tantas y tantas actuaciones. En la segunda imagen
destaca el telón de boca que era sin duda el reclamo publicitario más eficaz del
momento. Las miradas de los espectadores convergían en este punto, ansiosos por
el comienzo de la función.
Excepcional imagen del teatro Romea en
mayo de 1934 poco antes de su cierre. En cartel “Las Chicas del Ring”. Obsérvese
como su diminuta fachada se engalanaba con letras luminosas de neón con el
nombre de la obra en representación.
Las obras de la cercana plaza de Benavente que habían acabado
con la plazuela de la Aduana Vieja acechaban sobre el teatro Romea. La
ampliación y consolidación de la plaza se llevaría por medio decenas de
edificios, el Romea fue uno de los últimos en caer pero la expropiación forzosa
clausuró sus funciones con “Al cantar el Gallo” de maestro Pablo Luna el 14 de
marzo de 1935.
A pesar que la demolición del inmueble ya había comenzado el
local seguía ofreciendo programación, y hasta que el pleito entablado entre la
propiedad y el ayuntamiento no se resolvió no se pudo llevar a cabo la
demolición. Finalmente el 27 de julio de 1935 el ayuntamiento incautó el local
y fueron los propios bomberos los que comenzaron la demolición de lo que quedaba
del edificio.
Una de las últimas imágenes del teatro aun en activo.
La portadilla del pequeño teatro Romea
que aguanto hasta el último momento a la espera de una resolución que
paralizase su derribo. En la imagen aparece su entrada desprovista de los
cartelones luminosos que daban luz y color a la calle. Algunos metros más abajo
se inauguraría el cine Carretas, moderno y cómodo que atraería a una nueva
clientela.
La nueva plaza de Benavente, al fondo
aparece la calle de la Bolsa y el edificio que le dio nombre a esta. A la
derecha, maltrecho y semiderribado lo que quedaba de la trasera del teatro
Romea.
Las autoridades en el momento en el
que se acuerda la incautación del local y los trabajadores desalojando las
instalaciones.
Tres aspectos de la demolición del
local. Aun el piano se encontraba en el interior del local después de haber
comenzado la demolición, no sabemos la suerte que correría pero posiblemente la
misma que las butacas del patio. En la segunda imagen se ve parte del forjado
de hierro que sujetaba el entresuelo y la bóveda del techo desprovista de sus
cristales. Al fondo y como si de un decorado se tratara el Madrid que le
devoraba. La tercera imagen corresponde a la plaza de Benavente y en ella se ve
en la parte inferior izquierda el hueco de la embocadura, contrario a la imagen
anterior.
El teatro Romea desapareció para siempre y la fisonomía de la
calle y plaza nos hace imposible señalar su ubicación actual, pero aunque las
modas, el progreso y la piqueta derribaran tan a querido local siempre quedará
en la memoria de muchos de los amantes de esta ciudad, Madrid.
Autor: David Miguel Sánchez Fernández.
Fuentes:
Madrid y el Cine. Pascual Cebollada y Mary G. Santa Eulalia. Comunidad de Madrid 2000.
Arquitectura teatral en Madrid. Angel Luis Fernández Muñóz.
Hemeroteca ABC
Hemeroteca BNE
Agradecimiento especial a:
Charo Gimenez (Antiguos cafes de Madrid y otras cosas de la Villa)
Ricardo Marquez (Historias Matritenses)