Aunque hace ya algún tiempo hable del
cine San Carlos de la madrileña calle de Atocha 131 (actual 125), creo que
nunca está de más, y menos en este caso, recordar un poco la historia y
evolución de un maravilloso inmueble que a pesar del cambio de uso sigue
conservando la magia y el encanto de su primitiva función.
En un solar de planta trapezoidal con
fachadas a las calles de Atocha con vuelta a la del Ceniceros, junto a la
estación ferroviaria de Mediodía y haciendo pared con pared con el moderno
Hotel Nacional, el joven pero ya afamado arquitecto Eduardo Lozano Lardet
diseñó un magnífico edificio mixto, con planta de pisos, un cine y una sala de
fiestas en sus sótanos. Este lugar había sido predilecto para la instalación de
barracas de feria donde las proyecciones cinematográficas se alternaban con
otros tipos de atracciones.
La calle Atocha
en los años 20, en primer término el hotel Nacional recién construido y junto a
él, el solar en el que se construiría el cine San Carlos.
Las obras comenzaron en 1928 y aunque se
tardó más de lo que un primer momento se había planeado el cine abriría sus puertas
en agosto de 1929, inaugurando en primer lugar la terraza de verano continuando
las obras mientras tanto en la sala cubierta.
Sin duda alguna su arquitecto dejó
patente en la fachada del moderno inmueble el estilo en boga en Europa y en ese
momento una mezcla de “art decó” y “racionalismo” denominada “streamline” de líneas
horizontales y formas curvas. Quedaron patentes especialmente en su fachada
principal a la calle de Atocha donde resaltaba su altísimo torreón, que servía
de faro como en muchas otras ocasiones reclamo de los transeúntes.
Tres imágenes de
la calle Atocha en los años 30 en las que se ve el cine San Carlos, coronado
por su gran torreón.
La entrada a la sala se había situado en
el esquinazo que volvía a la calle de Ceniceros tenía tres amplios huecos de
entrada, uno de ellos directo a la cafetería con salón en la primera planta que
se compartía con el ambigú del propio cine. Entre los otros dos huecos se
encontraban las taquillas y traspasándolos se daba acceso a un amplio y alto
vestíbulo decorado con suntuosidad, mármoles en los suelos, estucos en las
paredes y molduras de escayola con motivos “art decó” en los techos.
La entrada a la
sala de espectáculos en el chaflán de Atocha con la calle de Ceniceros.
Pero antes de describir el interior de
la sala tenemos que hacer una parada en los ocho paneles decorativos
policromados que realizó el joven escultor y pintor portugués José Almada
Negreiros y que daban una nota de color a la fachada, y en los que se representaban diferentes escenas fílmicas. Comenzado de izquierda a derecha y desde la calle
de Ceniceros: 1º Persecución en vehículos, 2º Saloon de wester, 3º Variedades
acrobáticas y circenses, 4º Espionaje en una escalera, 5º Dancing y cabaret, 6º
Rapto a caballo, 7º Charles Chaplin, 8º El beso final.
Recostruccion
completa de los paneles de José Almada Negreiros de la fachada.
A demás de estos ocho existían otros cuatro
más que se colocaron en el vestíbulo del cine y que correspondían al: 1º
Díptico de Jazz, 2º El Gato Felix, 3º Personaje de la comedia dell’arte, y el
4º Marineros.
El panel díptico
de Jazz una
vez restaurado, en la reinauguración del Museu do Chiado, en Lisboa
El Gato Felix.
La situación exacta de estos la
desconozco aunque posiblemente estuvieran decorando las paredes en el vestíbulo
de entrada. Desde este y subiendo unas escaleras llegábamos a la segunda parte
del inmueble, porque como hemos citado anteriormente el edificio estaba formado
por un bloque de viviendas y un segundo bloque destinado a contenedor de la
sala de espectáculos separados únicamente por un patio interior. Al llegar a
este segundo vestíbulo que era muy alto pues ocupaba parte de la planta de
entresuelo, se podía divisar a ambos lados los tiros de escalera que subían
continuadamente los siete pisos del inmueble, junto a una de las escaleras se
encontraba una salida directa a la calle de Ceniceros y junto a la otra los dos
rápidos ascensores que subían raudos hasta las localidades más altas o la terraza
de verano instalada en la azotea. En el frente tres huecos nos daban ingreso al
patio de butacas desde donde arrancaban los pasillos que recorrían la sala
hasta el escenario.
Planta baja del
inmueble, obsérvese la perfecta y ordenada disposición de sus accesos.
El interior del patio de butacas se
había decorado del siguiendo el mismo estilo que sus fachadas con abultados de escayola con
franjas y líneas horizontales, siendo la construcción realizada de forma mixta
en hormigón armado y metal, siguiendo las pautas de las salas de teatro
clásicas en forma de herradura, pero con grandes rampas de entresuelo y
principal.
El patio de butacas tenía forma
trapezoidal, ligeramente más estrecha en la embocadura del escenario, y estaba
invadida por seis pilares que soportaban el peso de los palcos y pisos
superiores, a pesar de ello no se entorpecía la visión de los espectadores en
ningún caso. El suelo era de listones de madera barnizada tenía una ligera
inclinación hacia la pantalla sobre él, se instalaron cerca de 700 localidades
repartidas en dos grandes grupos y separadas por dos pasillos laterales y uno
central. Las butacas, muy cómodas habían sido tapizadas con telas estampadas en
color rojo burdeos con adornos dorados, idénticas a las que se usaron en el
tapizado de las paredes que hasta dos metros de altura y formando un friso,
engalanaban la sala. El resto de los paramentos se habían coloreados con
pinturas al óleo en tonos pastel. En el lateral izquierdo y con salida directa
a la calle de Ceniceros se situaron cuatro puertas dobles de desalojo, se
sumaban a estas una más posterior que conectaba directamente con una escalera
de servicio y la escena, otra que citamos anteriormente del vestíbulo, y otra
más que conectaba con una de las escaleras principales, que servía además de
desalojo de las plantas superiores. Todos antepechos de balcones de palcos,
principal y entresuelo se habían adornado con suntuosidad, formando líneas
horizontales pintadas en tonos dorados. La iluminación de la sala se realizaba
mediante lámparas de incandescencia situadas en ménsulas de escayola que de una
forma indirecta llenaban de luz la estancia.
Además se veían reforzada por lamparitas
de cristal que en forma de ristras pendían de los palcos de todas las plantas.
La embocadura de la pantalla se remarcó con una ancha moldura idéntica a la del
resto de plantas. El escenario tenía aproximadamente dos metros de fondo, y
bajo esta plataforma se construyó una caja de resonancia donde se ubicaría la
orquesta, porque recordemos que las películas por aquel entonces eran aun
mudas. Mediante una pequeña puerta disimulada en el friso y situada a la
izquierda del escenario se accedía a la escalera de servicio, que subía hasta
la última planta del edificio y junto a la que había una escalerita que bajaba
a la caja de resonancia. Tras la escena quedaba aun espacio para guardar los
instrumentos y trastos del cinema.
Sensacional
imagen del interior de la sala. Obsérvense los detalles, tales como las
lámparas, el tapizado de las paredes, o las molduras idénticas a las que
adornaban sus fachadas.
Volviendo
al vestíbulo principal y junto a las escaleras situadas en el lateral derecho
encontrábamos los aseos femeninos. Subiendo por esas mismas escaleras y algunos
peldaños más arriba encontrábamos los masculinos, y así, de esta forma se iban
sucediendo durante todas las plantas del edificio. Ambas escaleras subían hasta
la planta de entresuelo, donde a modo de balcón se asomaba el descansillo al
vestíbulo, quedando este espacio, únicamente destinado a guardarropía,
aprovechando el espacio que quedaba bajo la rampa de entresuelo. Las escaleras
tenían una preciosa barandilla de forja con motivos art decó, idénticos en la
casa de viviendas y en el cine. Casi idéntico modelo de forjado se utilizó en
las escaleras del Frontón Madrid, construido por el mismo arquitecto e
inaugurado tres meses después.
Ambas escaleras
proseguían su camino hasta la planta primera donde un amplio vestíbulo idéntico
al de la planta baja daba acceso al edificio de viviendas, concretamente a la
planta primera donde se había instalado un amplio y moderno bar-cafetería que
podía funcionar independiente o conjuntamente con el cine como ya habíamos
señalado con anterioridad. Este tenía vistas a la calle de Atocha y Ceniceros y
poseía preciosas ventanas con vidrieras emplomadas.
Volviendo al vestíbulo dos corredores laterales
nos daban acceso a las localidades de preferencia del entresuelo, donde dos
pasillos surcaban de abajo a arriba el graderío desembocando en dos salidas a
otro vestíbulo en la planta segunda. Además mediante estos dos pasillos
laterales llegábamos hasta los palcos que de forma idéntica se levantaban en
tres alturas y que poseían un escaloncillo y sillas movibles que se podían
colocar en dos alturas. La visión desde los palcos de la tercera planta era
prácticamente nula y muy posiblemente se construyeron meramente a modo
decorativo. Ambos pasillos poseían ventanas a la calle de Ceniceros o un patio
interior de la finca lo cual ventilaba y alumbraba las estancias interiores.
La planta primera
del cine San Carlos, obsérvese la conexión con el edificio de viviendas, el
acceso a los ascensores y la perfecta organización del espacio.
La planta segunda era idéntica a la
anterior en distribución, pero el vestíbulo estaba fraccionado, ya que en el
centro de este se había instalado la cabina de proyección y todos los servicios
de esta, como el cuarto de repaso y un aseo. Los pasillos laterales conducían
únicamente a los palcos, señalando además que desde el corredor izquierdo y en
todas las plantas, se podía acceder a la escalera de servicio y desalojo que nos
llevaba hasta la calle.
La planta segunda
del cine San Carlos, idéntica a la segunda salvo por el espacio que ocupaba la
cabina de proyección.
Curiosamente la planta tercera era
idéntica a la primera, con acceso en esta ocasión a las localidades de preferencia
de principal y palcos de la tercera planta.
La planta tercera
del cine San Carlos.
La planta cuarta únicamente estaba
ocupada por el vestíbulo, ya que desde este piso no se podía acceder a las
localidades, quedando la entrada a la parte más alta del graderío de principal
a la altura de la planta quinta. Este anfiteatro tenía muchísima inclinación y
era muy vertiginoso. En él se instalaron aproximadamente otros 400 sillones que
junto con los 300 del entresuelo y 700 más del patio sumaban algo más de 1400
localidades.
Las plantas
cuarta y quinta que junto con parte de la tercera ocupaban el gigantesco
anfiteatro de principal.
En la planta quinta del edificio y en su
fachada a la calle de Ceniceros, se realizó un retranqueo, creando dos volúmenes
superpuestos que diferenciaban la sala de verano de la de invierno, muy
posiblemente causa de alguna normativa de seguridad de la época. Todo el
conjunto interior de palcos, rampas de graderíos y patio de butacas ofrecían
una perfecta armonía y funcionalidad lo que valió para coronar al San Carlos
como uno de los mejores cines de Madrid.
El interior del
cine San Carlos visto desde el escenario. Se ven todas las localidades y su
perfecta y ordenada situación.
Un aspecto de la calle de Ceniceros en el que se aprecia el retranqueo que
sufría la fachada.
La planta sexta
del cine San Carlos donde se instaló la terraza de verano.
El aforo de la sala era de unas 800
sillas plegables de madera que se colocaban en tres amplios grupos separados
por dos anchos pasillos. La decoración se había realizado con suelos de
baldosín hidráulico imitando mosaicos, y las paredes se habían engalanado con
celosías de madera, donde se enroscaban las enredaderas que florecían en la
época estival.
En la parte posterior del edificio,
sobre el amplio porche de entrada el inmueble ascendía varias plantas más
creando una amplia terraza en la planta séptima con sillas y mesas que tenían servicio
de cafetería y restaurante, además de los correspondientes aseos, como en el
resto de plantas. Un piso más arriba, el octavo al que, se ascendía por una
pequeña escalera de hierro, se instaló la caseta de proyección, un reducido
cuartucho de material inflamable donde dos proyectores asaban de calor a los
proyeccionistas de turno en aquellas tórridas tardes estivales.
Una maravillosa
imagen de piso séptimo del edificio San Carlos donde se estableció el
restaurante desde donde se podía ver la proyección. Obsérvese la cabina de
proyección una planta más arriba.
El bar de la planta séptima daba
servicio no solo a los clientes del cine que se acercaran hasta allí, sino que
por medio de un pequeño montacargas hacían subir las comandas al piso superior,
donde se habían instalado un buen número de mesas para disfrutar de la
proyección. Junto al bar de la planta sexta se situó un amplio cuarto donde se
almacenaban las sillas plegables de la terraza.
Excepcional imagen del graderío de
sillas que componían la terraza del cine San Carlos, obsérvese el moderno bar instalado
tras las últimas filas y el casetón desde donde se realizaba la proyección dos
pisos más arriba
En el lado izquierdo de la pantalla se
encontraba una salida de emergencia que bajaba los seis pisos y desembocaba directamente
en la calle de Ceniceros, además detrás del muro sobre el que se había pintado
la pantalla se encontraba el cuarto para los músicos que interpretaban la banda
sonora de la película. Alrededor de toda la alta valla que circundaba el
recinto y en el antepecho de los palcos, disimulado entre la celosía, se habían
instalado una larga ristra de bombillas de incandescencia que se iluminaban o
apagaban progresivamente al final o comienzo de la proyección.
Impresionante imagen tomada desde lo más
alto del edificio San Carlos desde no solo se ve el gigantesco patio de butacas
de la planta séptima, sino que a la lejanía se aprecia incluso el edificio
telefónica de la Gran Vía. (Imagen cedida por Justo Villasevil)
El magnífico cine San Carlos estuvo listo en agosto de 1929, siendo su terraza veraniega la primera en abrir, con la proyección del film mudo con el film " !Viva Madrid que es mi Pueblo!, con acompañamiento musical de los maestros Dopico y Calvo. Un mes más tarde, concretamente el día 21 de Septiembre y con la proyección con el film mudo "BEN HUR" de 1925, se inaugura la sala cubierta.
La
dirección del negocio corría a cargo del afamado empresario Don Manuel Herrera
Oria, hermano del Cardenal Herrera Oria.
Simultáneamente a la apertura de las
salas de proyecciones se inauguró en los bajos del edificio una sensacional
sala de fiestas que se denominaría con el mismo nombre, formando un compendio
de atracciones en las que pasar toda la tarde noche.
El “sábado de Gloria”19 de abril de 1930
se inauguran las proyecciones en sonoro con el film “Fox Movietone Folies”,
para lo cual se instalan nuevos proyectores actos para esta modalidad de la
marca “Wester Electric”.
Parte de un
folleto del día inaugural del sonoro. Siempre se hacía alago de su inmueble.
Publicidad aparecida
en la revista “Cortijos y Rascacielos” en el año 1932, en la que se utiliza una
imagen del interior del local como reclamo publicitario.
Continuó con grandísimo éxito durante
toda la República, incluso hasta comenzada la Guerra Civil, momento en el que
cambia su nombre tan cristiano por el del anarquista Durruti, concretamente en enero de 1937.
Sirvió de auditorio para personajes tan célebres como el anacosindicalista
Cipriano Mera que el 24 de marzo del 37 llenó el cine hasta la bandera. Se
realizaron en varias ocasiones festivales como el de la Federacion Local de
Juventudes Libertarias en que además de proyectarse películas se aprovechaba
para intercalar entre estas discursos propagandísticos. Hay noticias de su
funcionamiento hasta marzo del 39 aunque paso largo tiempo entre ambas fechas
sin aparecer en presa, lo que da que pensar que suspendió sus sesiones durante
algunos meses. En septiembre del 39 recobra su nombre original y además de
programar cintas como “El hombre invisible” sirve de oratorio para organizaciones como
Acción Católica.
Abril del 45. Los programas cristianos
religiosos eran muy frecuentes.
De aquí en adelante sigue con
programación de reestreno que alternara con la sesión continua, siempre en la
sala cubierta olvidando la terraza de su planta séptima. El ruido y tener que
contar con cuatro proyectores en lugar de dos zanjan esta maravillosa andadura
de una de las mejores salas de verano de la capital.
Se reformó en diversas ocasiones aunque
nunca perdió su auténtica fisonomía. En algún momento no datado se construye un
piso más de palcos a la altura de entresuelo, quedando un total de cuatro
alturas, muy posiblemente en sus primeros tiempos pero no se ha podido
confirmar.
El 10 de diciembre de 1977 sucedió en el
cine un extraño acontecimiento, un joven de 20 años entró a ver la última
sesión de una película, y a los 10 min se quedó profundamente dormido, hasta
aquí algo bastante habitual en aquellos tiempos. El caso es que finalizada la
proyección y vacío ya el local, el joven se quedó sentado en su butaca
provocado por una encefalitis letárgica de la que no despertó hasta las cinco
de la madrugada. Imagínense la impresión de despertar en una sala completamente
a oscuras a altas horas de la mañana. El joven que llegó hasta el vestíbulo fue
rescatado finalmente por un guardia callejero después de hacer aspavientos
durante largo tiempo a los pocos transeúntes que circulaban a esas horas de la
madrugada.
Otra anécdota ocurrió el día 20 de
diciembre de 1978 cuando un grupo de individuos utilizando el método del encalomo, haciéndose pasar
por espectadores y escondiéndose hasta el cierre del local, accedieron hasta la
oficina y arrancaron la caja fuerte llevándosela sin rastro. La sorpresa sería
mayor para los cacos que para la propiedad ya que esta estaba completamente
vacía.
Ernesto de Sousa
en el sótano del cine San Carlos en el momento de rescatar los paneles de
Almada Negreiros. Nadie podría imaginar que esos trozos de yeso volverían a
cobrar vida años más tarde.
El cine San Carlos después de un tiempo cerrado es adquirido para reconvertirlo en una de las discotecas más grandes de la capital, Titanic. Es curioso que dos de los negocios del propio edificio tuvieran nombres de grandes buques, Titanic y Lusitania, supongo que sería una casualidad.
Para adecuar el inmueble a su nuevo uso hubo que nivelar el antiguo patio de butacas para convertirlo en la pista de baile. Las rampas de entresuelo y principal libres de sus butacas fueros inundadas de sofás, puf y mesitas que se colocaron de forma escalonada sobre las antiguas bancadas del cine. Se derribaron los tabiques que separaban los vestíbulos de las plantas superiores de las localidades dándoles continuidad y mayor amplitud. Se eliminó la cabina de proyección y se separaron mediante mamparas de cristal la planta quinta del resto de las plantas inferiores, viéndose desde aquí la pista de baile de la planta baja y creando dos ambientes diferentes. En la planta sexta se estableció una pequeña sala de proyecciones único vestigio de su antecesor y en la séptima donde estuvo el cine de verano una maravillosa terraza que se cubría con una bóveda traslucida que en las noches estivales se abría para poder contemplar el cielo madrileño. Para realizar esta terraza hubo que crear un nuevo forjado para alinear la pronunciada rampa con que contaba. El antiguo café del entresuelo se transformó en karaoke y sala de juegos, ya que la empresa había establecido una mesa de ruleta donde se jugaba con billetes falsos entregados en la entrada al local y que tenía como premio consumiciones. La sala principal se mantuvo idéntica en su decoración, coloreando sus paredes y antepechos de balcones en tonos dorados.
En el centro del alto techo se colgó una
gigantesca bola metálica que descendía hasta prácticamente la pista de baile y
que desplegaba sus gajos para deslumbrar a los clientes con su fascinante
sistema de iluminación. El foso de
orquesta se desmanteló y el escenario fue sustituido por otro metálico que
mediante un sistema hidráulico ascendía desde la altura de la pista de baile
hasta su posición original algo más de un metro más arriba, y que hacía
aparecer como por arte de magia la escena. El telón se mantuvo y los antiguos
bastidores donde se colgaba la pantalla fueron modificados y cambiados por
otros con lámparas de neón que subían y bajaban al ritmo de la música.
A pesar de la reforma interior del
inmueble el edificio ofrecía un aspecto lúgubre y destartalado ya que sus
fachadas habían perdido su color original. Años más tarde una minuciosa obra
devuelve el verdadero esplendor a un
edificio maravilloso enclavado en un lugar privilegiado.
En 1994 se presentan por primera vez al
público algunos de los paneles ya restaurados en el museo “Museu do Chiado” Lisboa, lástima que alguno de los paneles como el
numero cuatro, el beso, se encontrara completamente destruido.
Momento de la instalación
del díptico “Jazz” en el “Museu do Chiado” en 1994.
Los paneles restaurados son custodiados
en Lisboa aunque en la actualidad no se exponen en el museo. Toda esta
vivencia llena de luces y sombras es recogida en un libro de culto escrito por
Ernesto de Sousa en 1983 titulado “Re
Começar Almada em Madrid.”
La discoteca Titanic permaneció abierta
hasta el año 1996 cuando tras algunas reformas cambia de nombre para
denominarse Kapital.
El edificio en los años 80 cuando albergaba
en su seno la discoteca Titanic. (Imagen cedida por Javier Romeu)
Una imagen del mismo angulo en la actualidad.
La entrada al cine San Carlos y el mismo angulo en la
actualidad reconvertido en la discoteca Kapital
El antiguo hall
del cine en la actualidad. Al fondo una de las escaleras de acceso a los pisos
superiores y el balcón del entresuelo donde se encuentra guardarropía.
El ayer y hoy del
interior del cine. Ambas fotografías difieren en más de 80 años, a pesar de
ello el espacio ha sido completamente preservado.
Las escaleras de acceso a las plantas superiores y el
interior de la sala visto desde el balcon de entresuelo.
Otro aspecto del
interior de la sala en la actualidad. Obsérvese el palco inferior que fue
añadido con posterioridad y que fue construido con idéntica fisonomía a los
superiores.
El interior del local ha sido restaurado
en diversas ocasiones, a pesar de acondicionarlo a su nuevo uso sigue
manteniendo la esencia de su antecesor, es por ello que desde hace algunos años
tomase el nombre de Teatro Kapital.
La planta quinta
del inmueble, que ocupó la parte más alta del principal hoy reconvertida en
pista de baile, unida pero separada de la pista principal por una cristalera
desde donde se observa la planta baja.
Dos aspectos de
la terraza en la planta séptima con su “capota” cerrada y preparada para acoger
un evento.
Por otra parte, los salones Orfeo de la
planta baja fueron sustituidos en los últimos años por su antecesor, una sala
de baile que tomó el nombre de Faena, y que en la actualidad se llama Moss.
Sin duda alguna la discoteca Kapital
acoge en su interior uno de los tesoros mejor guardados de la arquitectura art decó,
adaptado a los nuevos tiempos, construido por el genial arquitecto Eduardo
Lozano Lardet.
Autor: David
Miguel Sánchez Fernández.
Mi más sincero agradecimiento a la dirección
de la discoteca Kapital, en especial a Carolina Soriano por su colaboración, a
David Pallol, Javier Romeu y a Justo Villasevil por su aportación documental, y
a Antonio Araizoz por su investigación acerca de Almada Negreiros.
Fuentes:
http://www.grupo-kapital.com/kapital/
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